¿Realmente la Iglesia necesita o debe de ser parte de un proceso de innovación? 

Para poder  responder esta pregunta, primero necesitamos mirar a nuestro alrededor y tomar conciencia de que estamos en tiempos de cambios, de una profundidad tal, que todavía no podemos  dimensionar las transformaciones que se van a ir dando en el mundo; y que van a afectar a las  Iglesias y a las formas o medios que estas incorporarán, para cumplir el propósito que Dios ha  establecido llevar a cabo a través de ella, lo que conocemos como el Gran Mandamiento y la  Gran Comisión. 

Estos propósitos son inamovibles, universales y atemporales, hagamos memoria de llos: El Gran Mandamiento: 

“Jesús le dijo: —“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu  mente.” Este es el más importante y el primero de los mandamientos. Pero hay un segundo,  parecido a este; dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” En estos dos mandamientos se basan  toda la ley y los profetas”. (Mateo 22:37-40 DHH). 

La Gran Comisión:  

“Por lo tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del  Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Enseñen a los nuevos discípulos a obedecer todos los  mandatos que les he dado. Y tengan por seguro esto: que estoy con ustedes siempre, hasta el  fin de los tiempos”. (Mateo 28:19-20 NTV). 

Y si bien estos propósitos son inamovibles, la pregunta es: ¿Si lo son las formas o los métodos  de llevarlo a cabo? 

La otra pregunta es: ¿Si somos conscientes de estos cambios? y ¿si estamos preparándonos,  tomando las acciones necesarias para siempre ser eficientes en el cumplimiento de los  propósitos que Dios nos ha encomendado? 

Cuando pienso en esto, siempre me viene a la memoria una historia personal relacionada con  un campo en los límites de la ciudad donde crecí. Cuando era niño este era uno de mis lugares  favoritos, parte de él estaba formado por pequeñas dunas parecidas a las de un desierto, que  terminaban en retenciones de aguas en las épocas de lluvia, que formaban pequeños lagos  donde crecían juncos y ranas. Otras partes estaban formadas por un prado verde, ideal para  jugar buenos partidos de fútbol, además de algún que otro árbol. Este espacio, era un lugar maravilloso, donde aquel niño echaba a volar su imaginación para participar de aventuras  increíbles; como soñar que estábamos cruzando un desierto, cazar gusarapos o ranas, ver quien  conseguía la mariposa más exótica, además de jugar no se cuantos campeonatos del mundo de  fútbol; todo un honor ser parte de algunas de aquellas selecciones que llegaban a la final del  mundial.  Me faltan las palabras para poder expresar lo maravilloso que fue aquel lugar y lo importante que  fue para tantos niños aquel espacio que conocíamos como “el cerrito”.  

Pasados los años y ya siendo parte del equipo de un Estudio de Arquitectura donde no solo se  diseñaban casas, también se planificaban desarrollos urbanísticos, tuvimos el encargo de  planificar el sector conocido como “Punto Ribot”, nuestro trabajo era diseñar el trazado de las 

calles, con sus respectivas instalaciones, planificar la distribución de los diferentes sectores,  donde se construirían edificios de apartamentos, casas, comercio, etc… Además de la  planificación urbanística, tuvimos el privilegio de diseñar buena parte de los edificios que se iban  a construir en ese sector. 

Para mi, esta fue una experiencia profesional muy enriquecedora pero a la vez llena de muchas  emociones, porque lo que era conocido urbanísticamente como “Punto Ribot”, era lo que mis  amigos y yo en nuestra niñez llamábamos “el cerrito”. 

Antes de comenzar el desarrollo y la construcción de las casas, la gente, y otros niños seguían  llegando a aquel lugar, disfrutando de ese maravilloso campo y participando de otros cientos de  aventuras, la gran mayoría pensando que sus hijos o nietos también disfrutarán de aquel campo,  pero esto ya no era cierto, aunque el campo todavía estaba ahí, era cuestión de tiempo el ver la  transformación que se iba a dar en ese lugar. 

Yo todavía pasaba por ahí y mientras hacía los planos podía ver en ellos cada uno de esos  rincones donde habíamos disfrutado de tantas maravillosas aventuras, pero ahora eso ya no  volvería a ser igual. Ahora ese lugar sería transformado con el trazado de calles y la construcción  de casas y comercios, ahora en ese mismo espacio las historias serían diferentes, los niños  jugarían de formas diferentes, y las aventuras de las familias que llegaron a vivir a ese lugar  serían diferentes a las que yo viví. 

Uso esta historia de un lugar que fue muy significativo para mi, y de cómo cambió su forma y  uso, para poder ilustrar la realidad de lo que la iglesia hoy en día está viviendo. Por décadas se  ha construido una cultura de cómo deben de ser las celebraciones dentro de las iglesias, de  cómo podemos extender el evangelio a otros y hacer discípulos, también de cómo deben de ser  las relaciones dentro de cada comunidad de iglesia local, para motivarnos a amar a Dios y amar  al prójimo. La esencia de lo que es ser iglesia y los propósitos que Dios ha establecido realizar a  través de ellas, estos no cambian, ni cambiarán. Pero las formas y los medios estoy seguro de  que si van a cambiar, o tal vez debería decir ya han cambiado, los escenarios de la sociedad han cambiado y las formas de ser y estar en ella también, y la iglesia no está exenta a estos cambios,  hay formas y medios de ser y estar que serán distintos. Necesitamos entender estos cambios y  tomar las medidas de innovación que nos permitan ser no igual de eficientes, sino más eficientes  en el cumplimiento de los propósitos de Dios. 

Estamos en un momento de la historia, que en lo que respecta a la Iglesia, algunos la han llamado  “la etapa de la iglesia pizarra en blanco”. 

Esta etapa puede llegar a ser una de las más desafiantes para las iglesias y sus líderes. La  oportunidad de liderar el cambio es probablemente mayor ahora que en cualquier otro momento  de nuestra vida. Sin lugar a dudas, el mundo ha cambiado. Sin lugar a duda, la cultura occidental  ha cambiado; y se ha movido en gran medida contra las iglesias. 

Con todo esto, es una etapa de oportunidades. De alguna manera, es como una pizarra en  blanco. 

Hay mucho más que aún no conocemos. Hay muchos más cambios en el camino por delante. Al  entrar en esta era desconocida, no estamos seguros de los pormenores que vendrán; sin  embargo, estamos seguros de que el Dios de toda sabiduría y poder estará con nosotros en cada  paso del camino.

Lo que Jesús les dejo a sus primeros discípulos cuando les presentó la Gran Comisión, es lo que  hoy nos dice a nosotros, sus discípulos del siglo XXI: “Y tengan por seguro esto: que estoy con  ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos”. (Mateo 28:19-20). 

Con esa misma seguridad, entramos en una nueva era, una nueva etapa de oportunidades. Con  esa misma promesa, guiamos a nuestras iglesias hacia el futuro. Y con esa misma confianza,  sabemos que no estaremos solos, independientemente de lo que suceda, y de cómo suceda,  como Iglesia tenemos la sabiduría de Dios para entender estos tiempos y tomar las acciones que  nos permitan ser Vida y Luz a este mundo.

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