La Semana Santa nos recuerda los momentos más trascendentales de la historia cristiana: la pasión, muerte y resurrección de Jesús. En este contexto, dos personajes a menudo mencionados, pero poco reflexionados, son José de Arimatea y Nicodemo, hombres de influencia y recursos que tuvieron el privilegio de preparar la sepultura del Señor. Su historia es un testimonio de liderazgo, generosidad y valentía, valores esenciales en la vida de cualquier empresario cristiano.

José de Arimatea y Nicodemo: Discípulos en las sombras

Los Evangelios describen a José de Arimatea como un hombre rico y miembro del Sanedrín, el consejo supremo de los judíos. Mateo relata: “Cuando llegó la noche, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también había sido discípulo de Jesús. Este fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que se le diese el cuerpo” (Mateo 27:57-58, RV1960). Aunque seguía a Jesús en secreto por temor a las autoridades, su fe se hizo visible en el momento más crucial.

Nicodemo, otro miembro del Sanedrín, también desempeñó un papel fundamental en este acto de honra. Juan menciona: “También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras” (Juan 19:39, RV1960). A pesar de sus dudas iniciales y de haber buscado a Jesús en secreto, llegó el momento en que su convicción lo llevó a actuar con valentía. Ambos hombres, antes temerosos de manifestar abiertamente su fe, dieron un paso firme al cuidar dignamente el cuerpo de Cristo.

Para un empresario cristiano, José de Arimatea y Nicodemo representan a aquellos que, aunque ocupan posiciones de poder e influencia, son llamados a usar sus recursos en servicio del Reino. Su acción no fue solo un gesto de piedad, sino una muestra de liderazgo en medio de la adversidad.

Un acto de generosidad y honor

No cualquiera podía permitirse una tumba excavada en la roca, un lujo reservado para los más adinerados. Sin embargo, José no escatimó en gastos ni temió asociarse con el Crucificado. Marcos detalla: “José de Arimatea, miembro noble del concilio, que también esperaba el reino de Dios, vino y entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús” (Marcos 15:43, RV1960). Su valentía al presentarse ante Pilato y su disposición a entregar su propia tumba revelan un carácter de convicción y generosidad.

Por su parte, Nicodemo proveyó los materiales necesarios para el entierro, aportando alrededor de cien libras (más de 30 kilogramos) de mirra y áloes, una cantidad extraordinaria para la época. Este volumen de especias no solo era costoso, sino que representaba un tratamiento funerario digno de la realeza. En la cultura judía, tales cantidades se reservaban para personajes de gran honor y distinción.

Esto muestra que la honra a Dios no solo se refleja en lo que damos, sino en la calidad, el esmero y el sacrificio que implica nuestra ofrenda. La Biblia nos enseña: “El alma generosa será prosperada; y el que saciare, también él será saciado” (Proverbios 11:25, RV1960). Dar abundantemente, aun en momentos difíciles, es un principio que Dios honra y recompensa.

La honra en la historia y en el cielo

La historia recuerda a José de Arimatea y Nicodemo no como hombres de riquezas, sino como aquellos que tuvieron el privilegio de enterrar al Salvador. Su acto cumplió la profecía mesiánica de Isaías: “Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte” (Isaías 53:9, RV1960). No hay honor más grande que haber sido parte de los planes divinos.

Los empresarios cristianos están llamados a dejar un legado que trascienda lo material. La riqueza, bien administrada y dispuesta para la gloria de Dios, se convierte en una herramienta poderosa. Jesús enseñó: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo” (Mateo 6:19-20, RV1960). La inversión en el Reino tiene recompensas eternas.

Un llamado a la acción: ¿Dónde está nuestro liderazgo?

La historia de José de Arimatea y Nicodemo nos invita a reflexionar sobre nuestra disposición para servir a Dios con lo que tenemos. ¿Estamos usando nuestros recursos para la expansión del Reino? ¿Estamos dispuestos a dar lo mejor, aun cuando implique riesgo o sacrificio?

El liderazgo cristiano no se mide solo por el éxito financiero, sino por la capacidad de tomar decisiones valientes, alineadas con los principios bíblicos. Como dijo Jesús: “El que quiera ser grande entre vosotros será vuestro servidor” (Mateo 20:26, RV1960).

José de Arimatea y Nicodemo demostraron que la influencia y los recursos pueden ser usados para los propósitos de Dios. Hoy, cada empresario cristiano tiene la misma oportunidad de impactar con su generosidad y compromiso. Que su ejemplo nos inspire a vivir con una visión eterna, honrando a Dios en cada decisión y acción.

 

Por María del Pilar Salazar

Decana Académica 

Univ. Logos

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