Pobreza, crisis…¿mitigar o cambiar?

(primera entrega)

 

Partiendo de la idea de que el cristianismo es un ejercicio de responsabilidad, se debe aplicar la regla conforme a la cual hay que sacar la viga de nuestro propio ojo antes de pretender sacar la paja del ojo ajeno, y por eso se reflexiona sobre la pobreza, crisis económica desde nuestras propias responsabilidades como cristianos, en vez de buscar otros actores externos.

¿Se puede mitigar la pobreza?

 

Buscar una solución o mitigación a esta delicada problemática social, no será posible sin antes aceptar la solidaridad que nos compete al estar vinculados los unos con los otros en esta llamada “aldea global” o mundo globalizado, principalmente por los vínculos económicos.

Partiendo de esa premisa, debemos tener en cuenta en primer lugar que el hombre es responsable ante Dios de dos modos diferentes, uno como individuo y otro como integrante de una colectividad.

En el contexto del Antiguo Testamento, prevaleció la responsabilidad colectiva, sin que eso significara eludir la responsabilidad individual; toda decisión individual buena o mala afecta de algún modo a los demás. Y este principio se aplica también en el aspecto económico a nivel de las naciones.

Es una realidad que todos estamos vinculados en una red de relaciones entre los hombres de todo el orbe, en la cual no se puede tirar de un extremo de la red en un lugar sin que la tensión se perciba en otros lugares o afecte las futuras generaciones.

La buena siembra

 

“No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos, si no nos damos por vencidos” (Gálatas 6,9)

Se nos invita a sembrar, hemos de sembrar bien en todos los campos, en especial en los que conciernen a las relaciones económicas para sentar las bases de la prosperidad individual y colectiva.

Así, si sembramos para agradar al Espíritu, del Espíritu cosecharemos, no sólo vida eterna, sino prosperidad en este mundo. Pero si sembramos para agradar a la naturaleza pecaminosa, de esa misma naturaleza cosecharemos destrucción y ruina.

Un problema de la cultura latinoamericana, es la promoción de pautas de comportamiento que terminan sembrando para la naturaleza pecaminosa y no para el Espíritu, y de ahí gran parte de la ruina que se sufre.

La llamada “cultura del pícaro” que caracteriza masivamente la sociedad y condiciona la trampa, la codicia, la avaricia, el rentismo, y el rápido enriquecimiento, frecuentemente ilícito.

Los resabios culturales heredados y transmitidos desde la época de la conquista a manos de un imperio español nominalmente cristiano, aun hoy están vivos y latentes la sociedad.

Se condena la corrupción de gran escala ventilada de manera pública, pero se disculpa la corrupción de pequeña escala, se tolera en el diario. Olvidando así que todo pecado es mortal (Romanos 6,23), la laxitud consciente ante cualquier pecado, aunque aparezca inofensivo, va socavando los principios cristianos y gradualmente da lugar a pecados mayores que traen consecuencias dolorosas y difíciles de resolver aún en el campo de las finanzas.

Por lo tanto, para asumir nuestra responsabilidad cristiana como corresponde, lo primero que debemos hacer es identificar los moldes y condicionamientos culturales sutiles que nos han sido impuestos y romper definitivamente con ellos mediante el poder que Cristo nos otorga (Filipenses 4,13).

Recordemos que Dios nos ha permitido administrar, es el de quien procede todo desde lo poco a lo mucho y le somos fiel en lo poco el dara medida abundante, pero sino hasta lo que no fue dado lo perderemos (Mateo 25:14-30)

 

 

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