EL HOMBRE  INFELIZ

Cierto día un hombre fue a consultar al médico respecto a su salud. El hombre se quejaba de sufrir de una terrible depresión y melancolía de tal manera que la vida se le hacía insoportable. El doctor al examinarlo se dio cuanta de que este pobre hombre era víctima de una profunda nostalgia, una “enfermedad moral” para la cual la ciencia no tenía provisión.

Le recomiendo leer buenos libros” le dijo el médico “y distraer así sus pensamientos. Esa es una buena medicina que usted puede tomar.”

El paciente movió negativamente la cabeza indicando que ya lo había hecho sin ningún resultado.

“Entonces viaje, recorra mundo, pasee, distráigase, vaya a los teatros y frecuente todos los sitios de diversión y de entretenimiento”

De nuevo el enfermo sacudió la cabeza mostrando con eso que también había probado todas estas cosas y que el resultado había sido vano.

“Bueno” dijo el doctor “no puedo pensar en este momento más que en una persona que puede ayudarle, y si él no le ayuda, entonces yo no puedo hacer nada más por usted. Acaba de llegar a esta ciudad un payaso maravilloso que está atrayendo a las multitudes y haciendo reír y sentirse feliz a todo el mundo. Vaya a verlo y a oírlo, que, si después de verlo y oírlo usted aún se siente deprimido, yo seré el hombre más sorprendido de todos”

“¡Ah” dijo por fin el pobre hombre en un tono de profunda tristeza “yo soy ese payaso!”

Indudablemente este famoso cómico fue Jean Baptiste Debureau, el más grande de los payasos franceses, que hizo reír a miles y miles de personas, sin embargo, él fue el hombre más triste de su generación. Melancólico por naturaleza, terminó por suicidarse después de una larga y penosa vida.

Esta historia prueba una vez más que la dicha y la felicidad no se hayan en las cosas pasajeras ni en las vanidades de este mundo. Pues a menudo tras la risa y la alegría del rostro, y tras las riquezas, la popularidad y la fama, se ocultan la miseria y la desgracia de los corazones.

“El carnaval del mundo engaña tanto, que aquí aprendemos a reír con llanto y también a llorar a carcajadas”

Sí, ni las riquezas, ni el lujo, ni los placeres pueden hacer feliz a una persona ni traer paz a su corazón.  Bien escribió el poeta inglés, Byron, un día antes de su muerte, y después de gastar toda su vida en las alegrías del placer sensual: “Y ya cual hojas marchitas son mis días, huyeron de la vida fruto y flor; del placer en la copa sólo quedan: el gusano, el cáncer y el dolor”

La religión, la ciencia, la cultura, la moral, son buenas en su lugar, pero ninguna de ellas puede traer paz, certidumbre y seguridad al corazón; y así la humanidad va hasta la tumba con ese grito plañidero del alma: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Romanos 7:24

Sólo hay uno que puede hacer feliz al pecador y este es Cristo. El Cristo Vivo, resucitado y glorificado, que, tomando posesión de un corazón, lo cambia y lo transforma, redime y ennoblece esa vida, sacia y satisface sus demandas, sus anhelos y necesidades. Le imparte su gracia, su poder y su Espíritu Santo, y le hace disfrutar de su dulce compañía y de las mismas dichas del Cielo. Pues bien dijo San Agustín que el alma fue hecha para vivir con Dios, y que hasta que no nos volvamos a El, no podremos ser felices.

Millones de personas han hallado en Cristo la salvación de su alma, la paz verdadera, la felicidad profunda, y hoy como antaño él sigue invitando a los pecadores a venir a él por fe, a rendir a él sus corazones:

“Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”

San Juan 7:37

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y y o os haré descansar”

San Mateo 11:28

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.”

Apocalipsis 3:20

Juan V. Gadámez

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