La prosperidad bíblica ha sido un tema recurrente en la enseñanza cristiana, y no sin controversia. Mientras que muchos creyentes asocian este concepto con el bienestar financiero, la Escritura nos invita a profundizar en su verdadero significado bajo la luz de Dios. Este artículo analiza cómo el llamado “evangelio de la prosperidad” ha interpretado pasajes como 3 Juan 2, y reflexiona sobre lo que realmente implica la prosperidad espiritual y material para el creyente.
¿Qué nos dice 3 Juan 2 sobre prosperidad?
En 3 Juan 2, el apóstol Juan escribe:
“Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (RV1960).
Este versículo ha sido utilizado por algunos para enseñar que la prosperidad material es una promesa universal de Dios para todos los creyentes. Sin embargo, es esencial comprender el contexto: se trata de una salutación afectuosa, un deseo pastoral hacia Gayo, el destinatario de la carta, y no de una declaración doctrinal. No es una fórmula mágica, sino una muestra del anhelo integral por el bienestar físico, material y espiritual de un hermano en la fe.
Aunque es cierto que la prosperidad puede ser una bendición de Dios —como lo vemos en la vida de Abraham, quien fue prosperado como resultado de su fe y obediencia (Génesis 24:1)— la Biblia también nos enseña que la prosperidad no siempre es sinónimo del favor divino. Proverbios, por ejemplo, relaciona la abundancia con la sabiduría práctica y la diligencia:
“Los pensamientos del diligente ciertamente tienden a la abundancia; mas todo el que se apresura alocadamente, de cierto va a la pobreza” (Proverbios 21:5, RV1960).
Es decir, la prosperidad también puede surgir del esfuerzo sabio, la buena administración y la responsabilidad personal, más allá de simples promesas espirituales.
La prosperidad no garantiza riqueza financiera
Una de las distorsiones más frecuentes del evangelio de la prosperidad es enseñar que todos los creyentes están destinados a ser ricos, y que para lograrlo sólo hace falta declarar, sembrar una ofrenda o “activar la fe”. Esta visión es peligrosa por varias razones.
Primero, convierte a Dios en un proveedor de bienes más que en el Señor de nuestras vidas. El centro de la vida cristiana deja de ser Cristo y pasa a ser lo que puedo obtener. Segundo, esta perspectiva ignora la realidad bíblica de muchos hombres y mujeres fieles que vivieron en escasez, y aún así fueron profundamente bendecidos. La pobreza, según la Biblia, no es necesariamente una maldición ni evidencia de falta de fe.
Jesús fue claro al advertir sobre los peligros de una confianza desmedida en las riquezas:
“Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Marcos 10:25, RV1960).
Cabe aclarar que este “ojo de aguja” no se refiere literalmente a una aguja de coser, sino a una pequeña puerta secundaria en los muros de Jerusalén, por donde un camello solo podía pasar si se descargaba completamente; algunos otros lo interpretan sólo como una hipérbole que usó Jesús; independientemente de la interpretación de la aguja, el mensaje es claro: las riquezas, si no se subordinan al señorío de Cristo, pueden convertirse en un obstáculo para entrar en el Reino.
También debemos recordar el ejemplo de Job. La Escritura lo describe como “perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:1, RV1960). Job era próspero en extremo, pero también experimentó una pérdida total: bienes, salud, familia. Sin embargo, nunca maldijo a Dios ni se apartó de Él. Su integridad no dependía de su prosperidad, y al final, Dios lo restauró aún más. La lección es evidente: hay tiempos de abundancia y tiempos de escasez en la vida del creyente fiel. En ambos, Dios permanece soberano y bueno.
La prosperidad espiritual: el verdadero regalo de Dios
En el corazón del mensaje bíblico está la prosperidad del alma. Jesús nos enseñó a cambiar nuestro enfoque de lo material a lo eterno:
“No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?… Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:31-33, RV1960).
La verdadera prosperidad consiste en tener paz, contentamiento y propósito, aún en medio de la incertidumbre. El apóstol Pablo lo expresó con claridad:
“He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia… así para tener abundancia como para padecer necesidad” (Filipenses 4:11-12, RV1960).
Este tipo de prosperidad no depende del saldo bancario, sino de una relación firme con Dios. Se trata de una plenitud interior que no puede ser comprada ni robada.
¿Qué hay de la organización y el ahorro?
El libro de Proverbios también nos ofrece una perspectiva muy práctica de la prosperidad:
“En la casa del sabio hay gran provisión, pero el insensato todo lo disipa” (Proverbios 21:20, NVI).
Dios espera que seamos buenos administradores de los recursos que nos ha confiado. Ahorrar, planificar, evitar deudas innecesarias y trabajar con diligencia son hábitos que reflejan sabiduría y pueden conducir a una prosperidad honrosa. Pero nunca debemos poner nuestra confianza en las riquezas. El salmista lo advirtió con claridad:
“Si aumentan las riquezas, no pongáis el corazón en ellas” (Salmos 62:10, RV1960).
Las riquezas son un medio, no un fin. Una herramienta, no un trofeo espiritual. La prosperidad se vuelve peligrosa cuando se convierte en ídolo.
Conclusión: un llamado a reflexionar
La prosperidad según la Biblia es mucho más que riqueza financiera. Es un estado integral que incluye salud, relaciones significativas, propósito, paz interior y una vida en comunión con Dios. Abraham fue bendecido en todo, pero sobre todo fue amigo de Dios. Job fue restaurado, pero nunca perdió su fe. Pablo conoció la escasez y la abundancia, pero aprendió el secreto del contentamiento.
La verdadera prosperidad está en vivir para Dios, depender de Él en todo momento y usar nuestras bendiciones —materiales o espirituales— para bendecir a otros y cumplir su voluntad. Recordemos siempre las palabras de Jesús:
“Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21, RV1960).
Que nuestro tesoro esté en el Reino de Dios, donde la verdadera prosperidad nunca se marchita.
Por María del Pilar Salazar
Decana Académica
Univ. Logos
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