Vivimos en una época donde la información circula más rápido que nunca. Las redes sociales, plataformas originalmente pensadas para conectar personas, se han transformado en escenarios de guerra verbal, manipulación de datos y difusión masiva de falsedades. Es un tiempo en el que muchos prefieren creer en lo viral antes que verificar lo veraz. Ante esta realidad, la Biblia tiene palabras claras y urgentes.
Una advertencia para tiempos de confusión
El profeta Isaías lanzó una denuncia categórica en su tiempo, que suena alarmantemente actual:
“¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Isaías 5:20, RV1960).
Este “¡Ay!” no es una simple queja, sino un anuncio de juicio. No se trata de un error inocente, sino de una distorsión intencionada, de una inversión deliberada del orden moral. Hoy, las redes sociales se han convertido en un espacio donde estas inversiones abundan. Se celebra la mentira disfrazada de “opinión”, se difama con imágenes editadas, se degrada la verdad bajo la bandera de lo subjetivo, y se viraliza el mal envuelto en creatividad.
Isaías también advierte:
“¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos!” (Isaías 5:21, RV1960).
Las redes sociales han multiplicado a estos “sabios en sus propios ojos”: personas que hablan con autoridad sin conocimiento, que pontifican sin base y que juzgan con dureza desde la comodidad de un perfil digital.
La mentira no es inofensiva
Uno de los grandes peligros del mundo digital es la banalización de la mentira. Compartir un mensaje falso, reenviar un rumor, dar “me gusta” a una acusación sin fundamento, parecen acciones triviales, pero son moralmente significativas. La Escritura nos recuerda que Dios aborrece la mentira:
“Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma: los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos” (Proverbios 6:16–19, RV1960).
Y lo repite con énfasis en los Proverbios:
“El testigo falso no quedará sin castigo, y el que habla mentiras perecerá” (Proverbios 19:9, NVI 1999).
Dios no ignora el daño causado por las palabras falsas. No solo es una ofensa contra la persona difamada, sino una rebelión contra la justicia divina. A la larga, quien cultiva la mentira se destruye a sí mismo. El juicio está garantizado.
¿Y si lo hago por “una buena causa”?
Algunos justifican la difusión de rumores o medias verdades porque consideran que están sirviendo a una causa justa. Tal vez creen que están protegiendo su fe, o advirtiendo a otros. Pero no hay causa justa que justifique la mentira. Dios no bendice la manipulación, aunque sea con fines religiosos.
“No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos” (Colosenses 3:9, RV1960).
La honestidad no es una opción secundaria para el cristiano: es parte esencial del nuevo nacimiento. Los métodos también deben ser santos, no solo los motivos. La motivación implica el por qué, para qué y el cómo. Si cualquiera de esos elementos se aparta de la verdad, el testimonio queda en entredicho. La integridad es coherencia entre el mensaje, la intención y la forma.
Además, el corazón que practica el engaño revela una pobreza espiritual que debe confrontarse. Así lo dice otro proverbio:
“Contentamiento es a los hombres hacer misericordia; pero mejor es el pobre que el mentiroso” (Proverbios 19:22, RV1960).
Es preferible vivir con menos, ser considerado ignorante o débil, que tener un corazón mentiroso. La verdad honra a Dios; la mentira, aunque adorne un mensaje, deshonra al Evangelio.
Discernimiento en la era digital
La sobrecarga informativa exige del creyente una fe reflexiva, prudente y vigilante. No se trata de opinar sobre todo, sino de saber callar cuando no se sabe, de evitar juicios apresurados, y de verificar antes de compartir. El apóstol Pablo dice:
“Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros” (Efesios 4:25, RV1960).
En un cuerpo sano, cada parte cuida a las demás. Así también en la Iglesia: lo que decimos o publicamos puede edificar… o destruir. Una comunidad digital contaminada por la falsedad no puede ser testimonio del Reino.
Jesús no dejó dudas al respecto:
“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6, RV1960).
Él es la Verdad encarnada. Mentir, incluso en formas “ligeras” o digitales, es actuar contra su carácter.
Conclusión: la integridad no es negociable
Hoy más que nunca, los creyentes deben destacarse por vivir con integridad, también en lo que publican, comentan o comparten. Ser luz no es solo evitar el pecado visible, sino vivir con rectitud en lo invisible: el mundo de los pensamientos, las intenciones, y las publicaciones que nadie nos exige justificar.
Volvamos al consejo del salmista:
“Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios” (Salmo 141:3, RV1960).
Y en nuestros tiempos podríamos orar también: “Pon guarda a mis redes, Señor; no permitas que mis manos publiquen lo que deshonra tu nombre”.
Por María del Pilar Salazar
Decana Académica
Univ. Logos
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