RIQUEZAS DEL CREYENTE

Los creyentes somos los seres más afortunados de la tierra. Dios nos ha enriquecido dándonos tesoros eternos, permanentes. Nos ha hecho hijos suyos y herederos de todo lo que tiene (Gálatas 4:7) lo cual incluye el Universo entero. Nos ha dado vida eterna, el Espíritu Santo, la Vida de su Hijo (Colosenses 3:4) Nos ha hecho ciudadanos de la más hermosa y duradera ciudad que jamás se haya visto sobre la tierra, cuyas calles son de oro y las puertas de perlas (Apocalipsis 21:18-21) También nos ha resucitado con Cristo sentán­donos con El en los lugares Celestiales. (Efesios 4:4-8)

Aunque perdiéramos los bienes que tenemos, o el trabajo, tal vez la salud, la familia o la vida misma, si tenemos a Cristo lo tenemos todo. Por el contrario si consiguiéramos hacer nuestro el mundo entero y no tenemos a Cristo, lo hemos perdido todo.

Esto es un pequeño resumen de lo que la Palabra de Dios dice acerca de todo lo que hemos recibido de gracia, porque nada merecíamos ni merecemos; y Dios nos lo ha dado de una manera permanente, para que lo disfrutemos cada momento y nos conforten en medio de las situacio­nes de la vida que nos toca pasar. Podemos darnos cuenta de ello o no, estar dormidos o despiertos, caídos o levantados, que todo es nuestro y nosotros de Cristo y Cristo de Dios (1ª Corintios 3:21-23)

Pero sucede que aunque somos inmensamente ricos, muchas veces vivimos como personas tremendamente pobres y vacíos, y esperamos un libro que nos llene, un artículo de una revista que nos empuje,  o vamos a las reuniones con la actitud de recibir la vida que nos ha de llenar y el poder que nos llevará a la victoria espiritual, y no nos damos cuenta que Dios YA nos ha dado todas las cosas en su Hijo (véanse por ejemplo los verbos usados en Efesios 2:4-8, todos están en pasado: Nos resucitó, nos dio vida, nos ha sentado en lugares Celestiales, etc.) y todo esto se disfruta por sencilla fe, en cualquier lugar y en cada momento. Y así en lugar de adorar a Dios junto con los hermanos o confortarnos con alguna lectura, quedamos frustrados porque esperamos recibir por caminos equivocados lo que ya tenemos y es nuestro desde que Cristo vino a nuestras vidas.

Dios nos ha dado todas las cosas para que vivamos cada momento de cada día como hijos del Rey, experimentando la vida del Cielo sobre la tierra, llenos de sus recursos espirituales, y esto a lo largo de toda la semana, y no gozosos el domingo y frustrados y abatidos los demás días. ¡Cree al Señor y vive de sus riquezas, toma de su Vida!

Porque todo lo que Dios nos ha dado es también “el equipo” la armadura espiritual, para vivir vidas llenas de poder, victoriosas. Nada menos que Cristo mismo vive en nosotros desde que le aceptamos y El es la Resurrección y la Vida, y quiere llenarnos de estas tremendas cosas (Juan 11:25)

Pero tenemos que aprender a andar en el Espíritu y debemos crecer en la vida cristiana, y existe “una filosofía religiosa del fracaso continuado” de la que quiero advertir: Es el echar la culpa de nuestras derrotas a lo que nos rodea, visible o invisible. Decimos: “el diablo me ha hecho caer”  “Es que el mundo me atrapa con sus enredos”  “Mi viejo hombre me engaña”  “Las personas que me rodean me sacan de quicio” etc. Esta actitud que puede parecer más cómoda nos impide crecer, siempre estaremos cayendo y levantándonos en las mismas cosas, quedamos atrapados en la telaraña que nos impide el desarrollo espiritual.

Y no quiero decir que el diablo no sea real, o el mundo complicado, y el “yo” peligroso, y las relaciones humanas tremendamente complica­das y difíciles, sé que son así, pero los recursos espirituales que Dios nos ha dado son más que suficientes para vencer en todas estas situacio­nes, ¿o no? Si fracasamos, y los hacemos frecuen­temente, debemos echarnos la culpa a nosotros mismos porque no hemos usado los recursos espirituales que tenemos en Cristo.

Delante de Dios mismo Adán echó la culpa a Eva y ella a la serpiente. ¡La filosofía religiosa del fracaso continuado es muy vieja! Pero no tengamos miedo a reconocer nuestra responsabilidad en nuestras caídas, Dios no nos quita nada de lo que nos ha dado, y precisamente la entrada continuada a ello  y el crecimiento espiritual es el aceptar nuestra responsabilidad en lo que hacemos y somos.

No permitamos que nuestra vida se convierta en un fracaso continuo teniendo lo que tenemos como hijos de Dios, vivamos de la sencilla fe que cree lo que El dice y le alaba por su gran amor y misericordia hacia nosotros, y no convirtamos en amargura nuestras relaciones personales echándo­nos las culpas unos a otros.

Mas bien preguntémosle a Dios ¿Señor, cómo puedo dejar a Cristo vivir su vida en mí? ¿Cómo hacerlo en esta y aquella situación? Enséñame a vivir la vida de los lugares Celestiales donde estoy sentado con Cristo, cada día aquí, abajo. ¡Dame más luz acerca de estas gloriosas riquezas que tú me has dado en tu Hijo, para que no viva más como un pobre y pueda enriquecer a otros!     (Efesios 1:18-19)

 

Feliciano Briones

Cursos Bíblicos

Apartado 2.459

28080 MADRID

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